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Fe...por Julieta González Irigoyen 
    Fe...
    Aquí la palabra
    Julieta González Irigoyen

    Fe…

    Nos sentíamos un tanto huérfanos, algo desolados, tal vez aburridos porque el romanticismo alimentado de mujeres alabastrinas y de pájaros azules había caído en una cierta… languidez; por no decir cursilería. Tuvo que ver un poco la liberación femenina y el pizenlov, y otro poco la carrera por ver quién avasallaba a quién durante las guerras frías, tibias o calientes… las guerras pues…
    Todo ayudaba a que se fuera quedando de lado el ensueño añicado del 68 y a medida que avanzaba el tiempo, el Estado refinaba su desalmada oferta de bienestar virtual a punta de tecnología y, pronto, esta se perfilaría como la nueva reina del espíritu; los Beatles eran una leyenda inaccesible para el grueso de la población y el resto de la Tierra parecía entrar en aquella era escasa de amaneceres de la que Rilke nos hablaba…; la palabra ternura estaba arrumbada en algún rincón: ahí agonizaba derrotada tímida. Ya no la querían pronunciar ni la escoba, ni el recogedor…
    Así, el mundo se nos achicaba por un lado, y por el otro, se agrandaba el abismo entre poderosos y débiles mientras el estruendo ___que muchos confundían con música___penetraba en nuestras casas, nuestros oídos, nuestra ropa, nuestros sentires y nuestros quereres…; todos, lo quisiéramos o no, llevábamos el fardo de un pasado terrible sobre nuestras vidas: nadie quería volver la vista atrás so pena de encontrar los escombros de las ilusiones perdidas entre las ruinas del 68; saber de ese pasado ya no era una curiosidad lujosa sino un ejercicio de memoria dolorosa, punzante…; digámoslo de una vez: nos sentíamos huérfanos, desolados…
    La imaginación de los poetas parecía haber quedado rota, al igual que la despedazada arquitectura del mundo iba dejando diseminados sus pedazos a lo largo y ancho del planeta…; en esas estábamos, cuando en algún lugar una voz, una guitarra y otra forma de hacer poesía fabricaban el remedio y el trapito que nuestras llagas tanto necesitaban…; la emoción y el sentimiento de volver a nombrar al amor, a la amistad, a la rosa, al abuelo, al tío, al vino y a nuestro perro, volvieron a ser cosas comunes en nuestras vidas, merced la balsámica obra de nuestro bohemio: Alberto Cortez.
    Llegó Alberto (como siempre llega) y sacando de entre sus telebrejos de viaje un montón de palabras, realizó esa alquimia mezcla de nostalgia con melancolía (sin faltar algo de humor y Gracia) y luego aderezó el brebaje con una dosis de aquella olvidada ternura: la ternura, ¡la vieja y dulce ternura! que el romanticismos de los sesenta había dejado intacta en su huída…!
    Por fin alguien se atrevía a nombrar las edades de nuestra propia vida: al tiempo que desvelaba el sentido de nuestra confusa adolescencia, el muy audaz nos conducía hacia el territorio de la lejana infancia y ponía ante los ojos del alma ciertos amores tempranos…; nos regalaba pues, otro espejo para contemplarnos sin temor a hundirnos, como Narciso, pues todo cabía en su guitarra, y su lenguaje contenía la olvidada dignidad de la sencillez de una gramática sensible y por lo mismo, sencilla…; nos dimos cuenta de que su guitarra, su voz y su canción al lado del resto de sus instrumentos musicales conseguían explicarnos la metáfora de la existencia, a pesar del ambiente estridente que tanto falso profeta se empeñaba en diseminar…
    Luego, puesta su propia existencia ante el reto del tiempo que nos rebasa y nos acaba, nuestro cantante no ha vacilado en convertirse en su propio oráculo y en su última presentación (en Tijuana, marzo 11 del 2005) adelantó algunos versos de la canción-poema que resuelve su (nuestra) indecisión ante los asuntos de la vida…
    A manera de refrendo hacia su fe, Alberto nos obsequia en esta nueva canción otro testimonio del poder curativo que la música posee…; impregnada de una humildad inusitada, esta nueva oferta musical es un aviso de de la finitud que todos presentimos pero que somos incapaces de leer cuando la palabra Muerte ondea en las horas de nuestra cotidianeidad; tal vez por ello hay dolor que tiembla en la letra que nombra el adiós inevitable…; sin embargo, ocurre que nos envuelve una suerte de reconciliación con nuestro Destino, al darnos cuenta de que, con la fe que le ha hecho fuerte nuestro artista ha sido fiel a aquello que le ha pedido ser sacado del silencio: la música…
    Acto de fidelidad es hacer música: y como nos sucedió a tanto oyente en esta noche de marzo, el ritual donde se congregaron todas las formas de la fe nos remitió a otro modo de estar callados: en el silencio es posible admirar con mayor respeto a Alberto que regresa tranquilo después de haber transitado por tantas y tan diversas formas de la adversidad, sin darse tregua ni descanso. Pensamos: “…Fe, sólo una gran fe en la belleza y en la ternura, pueden dar esa fuerza para sortear los caminos, a través del tiempo y las distancias…” y, esa noche, vimos (y sentimos) cómo en un espejo se reflejaron de nuevo, recortados fuera de nosotros, al tiempo y a las formas de los variados paisajes de nuestra alma y contemplamos con sabrosa añoranza, a ciertos parientes, abuelos, amigos, árboles y perros que le dieron color a nuestro pasado: la geografía cobró nuevo significado cuando nos enteramos que el abuelo era, ni más ni menos, un migrante más…
    Alberto Cortez confirma que la función medicinal del arte posee ese algo de curandería (magia, diríamos): salió victorioso después de haber estado al borde la muerte…; una cirugía atroz fue resuelta mediante su decisión de vencer a las sombras y, enseguida, vino a decirnos de qué se compone la Fe: nos regala entonces su revitalizada producción poética impregnada de caridad y de esperanza…; virtudes teologales asumidas por quien, al dar testimonio de que todo el dolor de mundo puede ser un reafirmante de la salud del espíritu humano, nos enseña cuan importante es la función del alma como depositaria de la esperanza…
    Repito: en su nueva canción (una de varias que traerá su nuevo disco) sobre el final, el tiempo, tanto el que pasa como el que se agota, es recreado con espléndida sencillez: si no somos nada, o apenas nada por qué no sonreír al universo…, al día que avanza…o por qué no aceptar el regalo de Dios viviendo con el fuego de una ilusión que entibie y le de abrigo al tiempo…pues hay que comprender que nuestra realidad es ir hacia el final a pesar de las sombras: llenos de ideas y de anhelos…
    Enseguida, diremos algo de Alberto como amigo: muchas de sus canciones han sido producto de su vocación dativa, hacia sus queridos amigos…; se entiende que el cariño es no solo mutuo sino iluminado en nuestro humilde solar espiritual merced la admiración que le tenemos…; poco podemos agregar quienes tenemos el privilegio de tratarlo, pero yo me atrevo a decir: cerca de él, podemos acercarnos al entendimiento del valor del hombre y sus misterios…
    Sin embargo, todavía se nos hace difícil comprender del todo (a muchos nos causó un gran asombro) cómo vence la desolación alguien que sostiene una lucha cuerpo a cuerpo con las tinieblas que le amenazan para terminar venciendo a la propia muerte, como él lo hizo…
    Me parece que la respuesta es otra vez: Fe…; porque tener fe es indispensable para ese estoicismo que alimenta el valor del hombre que tiene como meta feliz, su propio renacer. Basta con ver a Alberto sobre el escenario cantando su melodía y recreando su felicidad aferrado a su arte, para comprender cómo sus canciones borran sombras y derrotan a la derrota. Entonces, para quienes le queremos resulta menos difícil acercarnos a la comprensión de esa fe: nos damos cuenta de que entre otras cosas esa actitud valerosa y noble se sostiene porque él lleva en su equipaje, un sorprendente acopio de entereza para no caer, así como otro tanto de decisión de llegar al ocaso, sin pasar por la decadencia… He dicho.

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