A Don Alberto, mi viejo y querido preceptor
He recibido esta tan hermosa como insólita carta depositada en el diario de visitas de esta página y no puedo evitar la tentación de editarla en este apartado de la misma. Evidentemente el autor, con el fin de preservar su anonimato firma con el seudónimo de Galo Moribundo. Mi reflexión es que ojalá lo de moribundo no sea más que un seudónimo.
Gracias de todos modos.
Alberto Cortez
Es peculiar fortuna que en medio de mi vasta ignorancia sepa yo reconocer la fuente de mis escasas lagunas. Será porque la vida me dio por padre a un hombre demasiado bueno o demasiado justo, que supo escanciar la honrada heredad de su alma sobre mi infancia. Y porque lo demás, lo turbio y lo desaprensivo, lo aprendí yo sólo durante el resto del camino. Quizá por todo ello, en el fondo del patán impertinente que he llegado a ser, sobreviven aún gentiles retazos de honestidad y buen gusto.
De aquella herencia espiritual que me dejó el viejo, me quedan, entre otras riquezas, las ganas de vivir con los ojos abiertos, el amor a las cosas bellas y el respeto por los sabios. Y entiéndase que aquellos sabios de los que hablaba mi padre se libraban muy mucho de ser frígidos pedantones o aburridos. Andábanse más bien a su imagen y semejanza, hombres de carne y sueño, tan incapaces de explicar el misterio de la vida como propensos a dejarse seducir entre sus brazos.Había entre aquel puñado de locos formidables, un generoso trovador que un día prestaba su voz de Cyrano a los enamorados, y al siguiente regalaba su aliento de hombre libre y de poeta al hermano menesteroso, ya enmudecido por el dolor, el hambre o la injusticia. Hoy estoy seguro de que el corazón de mi padre y la voz de don Alberto hablaban un mismo idioma, y quizá por ello se afanó tanto mi viejo en amigarnos, para que en la soledad del largo y duro camino que aún me aguardaba, pudiese ayudarme el trovador a repasar esas lecciones no escritas que hacen al hombre más sabio y más feliz, si es que ambas cosas no vienen a ser lo mismo.??Lástima que tan bella simiente fuese caer sobre la piedra estéril de un corazón pusilánime y desahuciado. Al menos hay también en mi vasto dolor dulces lagunas cuya fuente reconozco en las tiernas palabras de mi viejo, o en la voz eterna del sabio trovador. Cuanta gratitud guardo a ese dulce maestro que fue Don Alberto, quien, más allá de la mitad del camino, sigue aún empeñado en prestarme su aliento de hombre libre y de poeta, por saberme hoy preso en el tenebroso rincón de los enmudecidos.
Galo Moribundo Madrid - (España)
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