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DISCURSO EN LA LEGISLATURA por Daniel Rabinovich de Les Luthiers 
    No tuve muchas oportunidades de verlo actuar, ya que es habitual que nos crucemos, tanto en los aviones como en los teatros, con los mismos horarios y parecidos circuitos de actuación. Pero tanto él como yo, hemos hecho esfuerzos para encontrarnos durante las pocas ocasiones en que no coincidían nuestros trabajos.
    Siempre me pareció magnífico en escena, carismático e imponente. Tanto en tamaño como en presencia escénica. Y la comunicación con su público, impresionante.
    Su inveterada costumbre de afinar todas las notas (envidiada por tantos cantantes) y de emitirlas con claridad y elegancia, ennoblecieron los textos de tantas canciones ajenas y tantas propias. Honrando a los poetas y respetando al soberano. Desde la creación a la interpretación.
    Pero lo que hoy quiero destacar, no pasa tanto por lo conocido de su persona sino por los ribetes más privados de su intimidad... (no te asustes, Alberto).
    Nuestro homenajeado es un hombre enorme, quiero decir, viste ropa enorme y calza enormes zapatos y sombreros debido a su tamaño: enorme. Y ese señor descomunal, ese gigante, es un hombre tierno y cálido, sonriente y afable, tanto en escena como fuera de ella. Es un gigante bueno, no como los de los cuentos infantiles. Intentar abrazarlo es una tarea ímproba, y recibir uno de sus cálidos abrazos es una tarea peligrosa.
    También es enorme su voz. Me refiero al caudal de su voz. Su voz plena, que llena los auditorios aunque se manifieste en un pianissimo, que vibra e impresiona en los fortes, pero que se transforma en una caricia en la charla cotidiana. No conoce el pecado mortal de los gritos. No va con él.
    Para suerte de todos nosotros, Alberto no es abogado, porque las mujeres lo sacaron de la Facultad, especialmente las musas de la música y la poesía, las hembras cantoras.
    Cuántas noches, después de su función o la de mi grupo, nos hemos juntado a cantar y beber. Y siempre saca de su galera otro tema, otra letra. Y la toca en el piano como si fuera un eximio pianista o se acompaña con la guitarra con la naturalidad de Falú.
    Su generosa casa de puertas abiertas representa algo así como la ventana de su alma, por donde sus amigos pasamos y disfrutamos de los paisajes de Montepríncipe, de la compañía de su zoológico privado y de los mimos gastronómicos y de otro tipo de “la belga”.
    Recuerdo la primera vez que lo visité en su casa, hace muchos años, inaugurando la hermosa costumbre de juntarnos a comer caracoles y me quedé enamorado de los cuadros, libros, artesanías y discos que llenaban su hogar.
    La belleza de su jardín, la emocionante forma de su piscina, el estudio de grabación, moderno, amplio y confortable, el atelier de su mujer y el subsuelo... el sótano de la casa... las catacumbas... el verdadero refugio del gigante bueno.
    Alberto tiene en su propia casa la cava más preciosa que he visto en mi vida. Aprendí a conocer y buscar vinos especiales, a coleccionarlos, gracias a él. Una vez pasada la puerta, celosamente cerrada con candados inviolables, hay un par de sillones con rueditas para trasladarse por los pasillos de la cava y una estantería con pares de copas... sí, pares, porque “a la cava se va de a dos”...
    Los mejores vinos españoles y de otros países del mundo. Cavas y champañas y esa paz y silencio inigualables. Todo prolijo y ordenado.
    Luego de ese viaje, de esa primera vez, construí una pequeña bodeguita en mi casa y comencé lo que hoy es una colección respetable de vinos y objetos para su uso... Gracias, Maestro.
    Compartimos muchos ratos de felicidad, muchos encuentros de música, mucha familia, amigos y mesa.
    Y compartimos el coqueteo con la muerte, a finales del ’95, cuando ambos estuvimos más cerca de allá que de aquí, pero porfiadamente resistimos... y lo seguiremos haciendo. Recuperándonos ambos a escasos trescientos metros de distancia, nos comunicábamos por teléfono, ya que a Alberto no lo dejaban salir. A mí sí, pero no quería entrar al lugar que generosamente alojaba a mi amigo... Nunca me llevé bien con su circunstancial anfitrión.
    Personalidad Destacada de la Cultura... nunca tan merecido el título, tratándose de un hombre polifacético, culto e informado. La charla con él, la sobremesa, son una constante sensación de navegar por aguas tranquilas a bordo de un barco cuyo capitán se conoce de memoria la carta, y asegura la travesía. Siempre una cita adecuada, el comentario sobre una película o un libro que nos sorprende y encanta. Claro, nos canta y nos encanta. Es un tipo encantador.
    Te felicito, Alberto, por la distinción que el Gobierno de mi ciudad te da y con la que todos estamos de acuerdo.
    Creo que es una buena manera de decirte “gracias” por todo lo que hacés y nos das. También una manera de tenerte cerca de nosotros, y a vos que sos tan pampeano, que vivís en Madrid... sentirte más porteño todavía.
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