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Y DE VEZ EN CUANDO VIENE EL CANTOR
    Así se titulaba y así empezaba hace bastantes años la crítica de José María Amilíbia en el ya desaparecido diario Pueblo sobre mi actuación en la sala Windsor también en brazos del olvido. La frase tenía sus bemoles pues ya entonces y estoy hablando de los años setenta el canto popular y me refiero al que se escuchaba en radios y televisiones se empezaba a convertir en sonidos guturales y en expresiones incomprensibles que sumados al archiestridente sonido de guitarras eléctricas y el desaforado volúmen de baterías protagonistas entre tambores y platillos, convertían el canto del cantor en un idioma no identificable y en consecuencia solo apreciado por jóvenes ansiosos de introducirse con aportaciones modernistas al torrente de la cultura habitual. Este fenómeno con el tiempo se ha multiplicado de manera imparable y las voces se han distorsionado adrede gracias a manejos tecnológicos y otras sumando ronqueras falsas para dar más expresividad a la propuesta y en cuanto a los textos se saltan alegremente el buen gusto para caer en lo soéz,lo vulgar incluso en lo intolerable. El sonido en los macro conciertos se ha disparado a tal cantidad de vatios que termina por embrutecer a los presentes, a excitarlos de tal forma que terminen por beber más de la cuenta incluso a ingrerir drogas de dudosa procedencia y por ello asumir comportamientos incívicos que alteran el comportamiento normal de la gente ajena a esos excesos. ¿Y el cantor,qué ha sido del cantor?. Ante tanto bochinche, ante tantas muestras de mal gusto, el cantor al que se refiere Amilíbia, es aquél que con una voz armoniosa y una dicción comprensible es el añorado por un publico que no tiene que demostrar que está en “la onda” y que solo pretende disfrutar de una buena voz y de una canción con texto poético y estético y sobre todo emotivo. Amilíbia espera al cantor como todos los que tenemos la suerte de tener un árbol vecino y esperamos que a finales de abril cuando mayo amanece, reaparezca como surgido de una fábula de Esopo el Ruiseñor. Cuando ésto ocurre un tipo como yo se puede quedar horas al ralente escuchando esa portentosa voz y sus siempre diferentes modulaciones.
    La voz humana es el instrumento más perfecto que Dios nos ha regalado y se nace con ella. Luego se puede perfeccionar y sobretodo cuidar de no perjudicar sus virtudes mal utilizándola. Alguna vez el gran Alfredo Kraus me dijo: ”La voz es un instrumento casi inmortal, sólo muere por efecto del peor de los venenos que utilizamos los humanos y ese veneno es el tabaco. Pero volviendo a la frase de Amilíbia, quién ésto escribe ha tratado de preservar el valor de la buena voz que Dios me dió y a ella le he sumado un profundo interés por la poesía tratando de conjugar ámbas cosas. Lo que sigue no es un arranque de soberbia ni conlleva la intención de colgarme medallas que no me pertenezcan, pero resulta que he sido pionero en tantas cosas dentro de la canción popular que la mera enumeración de algunas pueda causar asombro y provoque malas interpretaciones. Fui el primero en llevar un grupo propio de acompañamiento en mis presentaciones; antes dependíamos de las orquestinas de los pueblos en fiestas adonde nos contrataban para animar el cotarro. Junto a Raphael fuímos los primeros en ofrecer recitales unipersonales en teatros de postín como el de la Zarzuela. Fui de alguna manera el introductor de Atahualpa Yupanqui en España ante la severa mirada de la censura franquista. Ante la mediocridad de los textos que se cantaban en los sesenta, escribí canciones sobre textos de grandes poetas españoles, antorcha que muchos otros recogieron después para iluminar la entonces lamentable cultura literaria que exhibían las canciones de aquella época. Esta aventura fue una invitación para los jóvenes a bajar de las estanterías bibliotecarias los empolvados libros de poetas fundamentales hasta entonces meros decorados y ponerlos otra vez a caminar con la gente por las calles. Fui el primero en introducir instrumentos
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