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EL PLAY BACK
    Y resulta que a uno le enseñaron que el fraude es un delito, porque tiene el mismo significado que robar o estafar o birlar o afanar o cualquier otra expresión afín que pueda darse en el idioma o argot que se quiera. Resulta además que el fraude en el mundo de la música era una herramienta reservada casi exclusivamente a ciertas casas discográficas y sus agentes y productores que firmaban y hacían firmar contratos leoninos a los que deseaban grabar un disco para comenzar así una carrera hacia el estrellato. En aquellos comienzos uno era joven e inexperto y no se fijaba en los detalles y trampas legales que lo ataban a una compañía por tiempo indeterminado, es decir, prácticamente de por vida. Ellos compensaban pagando, cuando pagaban, regalías ridículas alterando generosamente la declaración de discos vendidos. El acabar con ese fraude fue una lucha titánica de cantantes, músicos, cantautores y artistas en general, y aún persisten compañías que utilizan este anticuado y ladino sistema pese a que hoy quien más o quien menos tiene su propio estudio de grabación en el sótano o en el garaje de la casa y su propia marca discográfica con un distribuidor que se ocupa de poner el material en el mercado como es mi caso por ejemplo. Aquellos sí que eran fraudes hábiles, astutos, taimados y, sobre todo legales, siempre presuntos e indemostrables.
    Hoy en día el fraude ha tomado otros derroteros mucho más vulgares y a la vista de cualquiera. Hoy los protagonistas del fraude han cambiado de aspecto y de modalidad. En la actualidad, los personajes principales del engaño ya no son tanto los productores y agentes de las discográficas, si bien de alguna manera lo siguen siendo aunque en menor medida. Hoy el protagonismo lo han tomado algunos artistas que abiertamente se han convertido en gestores inequívocos de la trampa. Trataré de explicar este fenómeno. Me refiero al tan traído y llevado “play back”. Esta modalidad se generalizó en los comienzos de la televisión, cuando en ésta se carecía de medios para sonorizar las orquestas que acompañaban las actuaciones en vivo. Después de muchas experiencias nefastas se llegó a la conclusión de que sonorizar solamente la voz de los cantantes era más sencillo que hacerlo incluyendo una orquesta grande o un grupo con guitarras eléctricas y estruendosas baterías. Se impuso entonces el grabar previamente la orquesta y exigir a los contratados que aportasen las pistas sin la voz de sus grabaciones. Los resultados fueron altamente satisfactorios. Cada cantante llegaba a los estudios de televisión con una cinta bajo el brazo en donde llevaba grabada la orquesta “sin voz” para actuar en el programa de turno. Los técnicos entonces sólo debían disponer de un solo micrófono y el resto salía directamente de la cinta. A esto se le llamaba playback sin voz o simplemente playback. Surgió entonces una figura nueva en el ambiente: el músico figurante, es decir, un señor que tocaba un violín que no sonaba, o un saxo o una guitarra que no sonaban pero que aparentaban hacerlo. Aquello surgió debido a la inoperancia de técnica y técnicos de sonido en los dos o tres canales de televisión de entonces. Más tarde se cuestionó la calidad sonora de la voz en vivo y muchos adoptaron el camino más simple, que fue el de doblar la voz aparentando cantar sin hacerlo. A esta práctica se le llamó y se le llama play back total.
    Las actuaciones en TV ganaron en calidad sonora al tiempo que se sacrificaba la interpretación espontánea de cantantes y músicos.
    Evidentemente esto es un fraude, porque ni se canta ni se tocan instrumentos cuando se ha sido convocado para ello, y empezó a generalizarse ese fraude a través de la pequeña pantalla y luego se extendió a los conciertos de grupos y cantantes con mucha “artillería” sonora detrás, en actuaciones “en directo”. Hoy es común asistir a un concierto en un estadio o pabellón deportivo acondicionado para el caso e incluso en teatros tradicionales, es común, digo, encontrarse con que los cantantes en el escenario no cantan, los músicos no tocan y todos doblan un disco. Lo peor de esto es que la mayoría de los asistentes, generalmente jóvenes ávidos de ver en vivo a sus ídolos, conocen a la perfección esta mecánica y lo aceptan sin rechistar. A mí estas cosas me resultan sencillamente lamentables y, en consecuencia, inaceptables. Ojo, estas prácticas no son exclusivas de grupos más o menos ruidosos y de complejo montaje, o de cantantes con escaso caudal de voz. No hace mucho pudimos ver al mismísimo Pavarotti utilizando el dichoso truco del playback total, es decir, orquesta y voz incluida en una emisión de televisión en directo. Como si el famoso tenor no fuese capaz de cantar sin artificios con la portentosa voz que posee.
    No sé, seguramente a mí se me están escapando por obra y gracia de la edad algunas modernidades a las que me resulta muy difícil adaptarme. Yo creo que cuando se contrata a alguien para que cante es porque puede y debe hacerlo como profesional que es, y si no puede o no quiere, pues que se dedique a otra cosa. Imagínese el lector que un médico es convocado para realizar una operación delicada y en su lugar envía a un figurante que no tiene ni pastelera idea de cirugía. Lo más probable es que el paciente muera en el trámite. Si bien en el mundo de la música popular la cosa no es tan dramática, de alguna manera a los asistentes a estos conciertos se les mata un poco el parnaso onírico y mitológico donde habitan sus ídolos, además de lastimar la calidad de apreciación de los valores intrínsecos que conforman cualquier tipo de actividad artística.
    Doy por supuesto que existen excepciones que confirman las reglas como es el caso del cine, cuando se filman películas musicales en las que los protagonistas además de cantar deben hacerlo mientras bailan complejas coreografías. En estos casos el fraude se justifica, porque todos sabemos además que el mundo del cine es un mundo fantástico. Pero donde no se justifica en absoluto es cuando se convoca al público a presenciar la actuación de alguien que es incapaz de hacerla. Es decir, lo dicho un poco más arriba: “o sabes hacerlo, o dedícate a otra cosa”.
    Reflexionando sobre todo esto se me ocurre recurrir a una paráfrasis que suele decir mi cofrade Facundo Cabral en el escenario mientras se santigua: “En el nombre del fraude de los Estados Sumisos, amén”.

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