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EL CANTO I
    ¿Qué es esto de cantar? ¿Cómo surgió el canto? ¿Quién fue el primero en hacerlo? ¿De dónde proviene? Dejando la metáfora de lado, es difícil, por no decir imposible, saber quién fue el primer ser humano que emitió un sonido melódico y armónico y que luego se llamó canto.
    Teorías hay de todo tipo y para todos los gustos. Es más, cada persona puede intentar desarrollar la suya y defenderla con propiedad. Al espontáneo que se anime le puedo sugerir un par de ejemplos.
    Imaginemos que el inventor del canto haya sido el viento. ¿Cómo? Digamos que al pasar por algún pasaje estrecho comienza a ulular provocando el asombro de quien escucha aquel sonido. Después de superada la sorpresa y subyugado por aquel ulular intenta imitarlo. Podría ser, ¿por qué no?
    Podría ser también el intento de imitar el sonido de algunos animales, como el lobo o el chacal.
    También podríamos pensar que proviene del canto de los pájaros o del armonioso susurro del agua al deslizarse por un cauce de empedrado.
    Yo tengo mi particular teoría y trataré de exponerla en este foro. Creo que el canto nació de una voz de mujer, quien para acallar el llanto de su niño recién nacido comenzó a emitir un susurro canturreado con el fin de sosegar aquel llanto, segura de que al hacerlo le devolvía la sensación de seguridad que perdió al abandonar el vientre materno. Me gusta creer que el canto proviene de allí, es decir, de una nana.
    Evidentemente, el origen es algo difícil de suponer y, por supuesto, imposible de verificar, pero es bonita la idea de una madre canturreando a su hijo y es con la que yo me quedo.
    Pero, ¿cómo se produce el canto?, ¿de dónde proviene el sonido que lo transporta? La naturaleza realiza en esto uno de sus prodigios mayores. Logra que una brizna de aire proveniente de los pulmones penetre por un extremo del cañón que tenemos en la garganta, que se encuentra cerrado en el otro extremo por dos columnas musculares muy sensibles, y que al percibir el choque de aquel aire buscando salida, vibran de manera tal que emiten un sonido que luego, transportado por el aire, penetra en unas cavernas óseas de gran complejidad.
    En ellas se transforma para salir finalmente por la boca, y a ese sonido lo llamamos voz humana. Es, sin lugar a dudas, el instrumento musical más perfecto de la creación.
    Como las características físicas son diferentes en cada persona, unas nacen con una buena voz y otras no. El tener o no una buena voz no sólo depende de aquellas dos pequeñas columnas musculares vibradoras, sino también de la estructura física de cada individuo, su capacidad de almacenar aire y la “caja de resonancia”, -cavernas óseas-, de las que venga dotado de fábrica cada quien. De cualquier forma, con la voz, buena o mala, se pone en movimiento uno de los grandes fenómenos que viene evolucionando desde el fondo de los tiempos iluminándonos a todos y a nuestras circunstancias. Es el fenómeno de la comunicación.
    Con todo esto, tener una buena voz no es suficiente para poder cantar. Además de la voz, el canto requiere un sentido musical que depende del oído con que se nace, aunque ese sentido musical puede adquirirse estudiando con métodos adecuados. La voz y su sonido es, sin lugar a dudas, un extraordinario privilegio del raciocinio que nos ha permitido evolucionar desde que bajamos del árbol hasta nuestros días.
    Bueno, todo lo dicho hasta este punto es lo que se refiere a la voz y a su sonido natural, pero, por supuesto, el canto es otra cosa además de sonido.
    Si existe el dilema sobre qué fue primero, el huevo o la gallina, en asuntos artísticos ese dilema no existe en lo que al canto y la música y su desarrollo se refiere.
    Evidentemente no hay canto sin música, es decir, ésta va primero. Pero, entonces ¿de dónde proviene la música? Por supuesto, para hablar de música hay que hablar de los instrumentos que la producen. Bien, los primeros instrumentos musicales surgen de elementos naturales: cañas, calabazas, troncos huecos, finas lianas vibradoras al viento, cornamentas, caracolas y, por encima de todo, la inquietud del hombre de emular los sonidos de la naturaleza, dominarlos y comenzar a mezclarlos. El ingenio del que fue dotado el “homo erectus” fue haciendo el resto. Multiplicó las formas de producir sonidos y a éstos los fue alternando entre sí, y con ellos obteniendo sorprendentes resultados que no sólo le producían placer, sino que además iban generando en su alma un sentido armónico de la estética hasta entonces desconocido para él.
    Pero volviendo al canto... No, mejor dejemos eso para una segunda entrega, porque el tema requiere un poco más de espacio del que dispongo.


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