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EL CANTO II
    En la anterior entrega he comentado el origen del sonido y, de alguna manera, también el de la música, y ahora nos queda el canto.
    Cantar, qué cosa tan sencilla, ¿verdad?. Cualquiera puede hacerlo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Es verdad, cualquiera puede cantar, pero no cualquiera puede cantar bien, al punto de poner en marcha los mecanismos de la emoción, pues sin ella no hay apreciación artística posible.
    El canto nace de la unión de la palabra con la música. De allí derivan los lieds, las óperas y todos sus derivados: operetas, zarzuelas, comedias musicales y las canciones. La música, cuando interviene en ella la palabra, cobra una dimensión completamente diferente a cuando está sin ella.
    Igor Stravinsky, genial en el arte y en la vida, manifestó en una entrevista televisiva que el azar le había brindado el privilegio de ver y escuchar. Decía el maestro que odiaba la ópera porque al intervenir la palabra, la música dejaba de ser apreciada subjetivamente para pasar a serlo objetivamente, y tenía razón.
    Como ejemplo, el viejo maestro decía que si él tuviera que dar una sensación de amor entre seres humanos, con decir "amigo" es suficiente, pues la palabra es tan objetiva que con pronunciarla una vez basta para obtener un panorama global del tema. Ahora bien, ¿cómo se hace para nombrar ese mismo concepto con música si no es de una forma subjetiva?. Por ello, decía Stravinsky, que ambas cosas no deben andar juntas, la poesía por un lado y la música por otro.
    Menos mal que ésa es sólo una opinión, respetable, pero simple opinión, porque de ser así sospecho que muchos compositores mayores o menores de canciones, entre los que me incluyo, hubiéramos tenido que dedicarnos a otra cosa.
    Volviendo al canto debemos establecer una serie de premisas. Digamos que hay de todo en la viña del Señor. Hay quien solamente quiere demostrar que tiene una voz fantástica, celosamente preparada con arduos y tediosos estudios, es decir, un instrumento perfecto, pero que al cantar es tal la frialdad que irradia que no toca ni por asomo los sutiles sensores de la emoción. Hay otros que sin poseer perfección vocal conmueven hasta las piedras porque más allá de los valores estéticos nos tocan los más hondos sentimientos humanos, sacudiéndolos, estrujándolos hasta producir una emoción incontenible que suele derivar en un profundo y sincero llanto que nos ayuda a liberarnos de aquellas sacudidas y estrujamientos.
    El llamado "cantautor" actual, heredero lejano del Mester de Juglaría y sus derivados tales como vates, copleros, payadores y, por supuesto, juglares, es un músico cuya pretensión mayor es la de conseguir la simbiosis ideal entre la poesía y la música, y además utilizar los valores de su voz para comunicar aquella noticia.
    En una canción se puede de forma semántica escribir absolutamente de todo, desde la más soberana de las tonterías hasta el más sublime de los versos. El resultado de aquello depende del grado de atención que el público, generalmente único receptor y juez de la proposición artística le dispense al trabajo y a su autor.
    En nuestra sociedad consumista, los parámetros críticos suelen pasar más por cuestiones cuantitativas que cualitativas, confundiéndose generalmente ambos términos. Si Fulano vende gran cantidad de copias de su trabajo como "cantautor" es que debe ser muy bueno. Está claro que este concepto es largamente discutible pero así son las cosas.
    Este artículo y el anterior no tienen la pretensión de ser un ensayo sobre la música y el canto, nada de eso, pues mi erudición al respecto no sobrepasa las lindes del sentido común y, por supuesto, cobra protagonismo en el espacio de un amor indiscutible por mi profesión de cantor.
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