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EL CANTO III
    En las dos entregas anteriores hablé del canto desde un punto de vista técnico: de dónde proviene la idea de cantar y cómo se produce físicamente el fenómeno. También hablé de la música, sus orígenes y sus consecuencias. Ahora quiero hablar del canto de otra manera: el canto emoción, el canto de las voces vibrantes, el canto de la poesía, el canto sentimiento, el canto del grito desgarrado. Cantar es bastante más que abrir la boca y emitir un sonido más o menos armónico.
    Cantar lo puede hacer cualquiera, en la ducha, en una fiesta, cuando se está contento, en la modalidad que cada uno quiera. Pero cantar bien, es otra cosa. Cantar bien es alzar el vuelo, flotar en un espacio lleno de colores y sacar de lo más profundo de uno los mejores sentimientos para que el aire se haga cargo de ellos. Además, cantar bien tiene muchas lecturas. Hay quien piensa que cantar bien es un muestrario para exhibir al mundo la buena voz que uno tiene. Pero cuanto más complejos son los caminos del canto, mayor satisfacción provoca en quienes adoptan esa manera de cantar y a quienes eso les gusta.
    Hay cantantes que creen que cuanto más se grita cantando, más se dramatiza una interpretación y más se demuestra la fuerza que se posee. En consecuencia, se puede recoger con esta técnica mayor cantidad de aplausos, es decir, mayor éxito. Luego están aquellos que cantan textos importantes y lo hacen compaginando una afinación razonable, una gracia también razonable y, por supuesto, una interpretación ad hoc. Aquí prevalece el valor del texto y la emoción que provoca ese texto en el intérprete mientras lo emite. Si realmente el intérprete alcanza un importante grado de emoción, esa emoción atraviesa las baterías y va directamente al corazón del público. La simbiosis entonces es perfecta y el clima alcanza un nirvana que produce un escozor especial en el interior de quien escucha, y participa mostrando esa emoción a veces elevando lágrimas a los ojos y, finalmente, despertando un entusiasmo que se traduce en vibrantes aplausos, vivas y otras formas de expresión festiva. Existen también cantantes con una voz pequeñita que exprimen y exponen el buen gusto como único recurso haciendo de su actuación algo muy grato.
    Podría, a partir de ahora, perderme en analizar las distintas modalidades del canto: cantantes de jazz, de música folklórica, de música religiosa, de flamenco, los que cantan en conjuntos corales y, por supuesto, los llamados cantantes líricos. También se les llama cantores a los niños de San Ildefonso, que en España cada año gritan los números de la lotería con una cantinela que habitualmente el vulgo confunde y nomina como canto, pero que evidentemente no lo es. En cada una de estas modalidades el canto no es más que un vehículo para transportar sentimientos de toda índole, desde los más hondos a los más superficiales.
    La cosa toma otra dimensión cuando el cantante es además músico escolástico. Esa sabiduría musical amplía generosamente las posibilidades del intérprete. Esto toma especial relieve en el mundo de la lírica, pues para alcanzar un nivel importante de educación vocal es imprescindible conocer solfeo y todos los signos de la música. Por citar un ejemplo prestemos atención al caso de Plácido Domingo, que además de ser considerado uno de los mayores cantantes líricos del mundo, a veces también dirige orquestas sinfónicas y lo hace con propiedad, aunque no pretenda este comentario adoptar posturas críticas. Para Domingo fue indispensable aprender el idioma de la música, pues de otro modo no podría leer las partituras operísticas que interpreta y menos aún dirigir una orquesta formada por profesores de alta calidad.
    En el mundo de la música popular, y muy especialmente en el jazz, hay cantantes que han pasado por el conservatorio y es a quienes se les multiplican las posibilidades. Por poner un ejemplo, la gran Ella Fitzgerald, además de una voz excepcional y un intuitivo y exuberante “swing”, la señora conocía a la perfección el idioma de la armonía y del contrapunto, pues de lo contrario jamás hubiera podido improvisar como lo hacía, haciendo lo que se llama “scat” con su voz a la manera de un instrumento musical. En la llamada música negra, especialmente el negro-espiritual o sus derivados, lo que suelen hacer los cantantes es buscar variaciones a las notas escritas y lo hacen algunos hasta tal punto que se torna difícil para el oyente concentrarse en la continuidad del tema. Esta modalidad generalmente se realiza más para lucimiento del propio intérprete que para acentuar la belleza de la canción. Muchos compositores detestan estas formas, pues distorsionan la creación original de aquellos. El estudio de la música, si bien no es imprescindible para cantar, es, sin embargo, una ayuda importantísima, proporciona seguridad y, sobre todo, libertad al cantante.
    Como colofón a estos escritos míos sobre el canto y a modo de resumen, diré que el cantar y hacerlo bien es un privilegio que Dios nos ha regalado a los seres humanos para narrar nuestros sentires a través del verbo, la emoción y la belleza.


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