ALBERTO CORTEZ Y LOS ANDARIEGOS À L´OLYMPIA
El taxi enfiló la Avenue du Général Leclerc y tras callejear un rato por un París lluvioso desemboca en el Boulevard de l´Opera luciendo sus mejores galas recién sometido como muchos edificios y monumentos clásicos de París a un severo trabajo de limpieza. Llegamos a la Place de l´Opera y allí el taxi tomó a la izquierda, y al pasar por la siguiente esquina dejamos atrás el celebérrimo "Café de la Paix", y unos metros más adelante el taxi avistó el Boulevard des Capucines. Juro que mi corazón a punto estuvo de detenerse cuando ante mis ojos apareció un inmenso cartel luminoso encendido que cubría toda la fachada del Teatro de L´Olympia y que rezaba: "Aujourd´hui a L´Olympia Alberto
Cortez et Los Andariegos". Los ojos se me llenaron de lágrimas ante el mítico teatro y el gigantesco cartel anunciando nuestra actuación. "Ella" a mi lado compartiendo mi emoción me apretó fuerte la mano. Desde que nos conocimos cuarenta años atrás en Bélgica, juntos soñamos con este día. Con "Ella" aprendí a hablar francés para entender a Brel, a Piaf y a Brassens y a todos los grandes de Francia que habían llenado de duendes el escenario de L´Olympia, como yo lo haría ahora. En la puerta del escenario nos esperaban Raúl Arribas, Daniel Frega y Gilberto Piedras, gestores de alguna manera del milagro. "L´entrée des artistes, s´il vos plaît?", "C´est par lá, monsieur Cortez et soyez le bienvenu", dijo el portero.
L´Olympia, teatro del mítico music-hall parisino estuvo a punto de convertirse en un estacionamiento de vehículos, pero la intervención de artistas como Gilbert Becaud, más la viuda y la hija de Bruno Coquatrix, legendario propietario del coliseo hicieron el milagro de la supervivencia.
Con una fuerte inversión lo restauraron y lo dejaron tal y como fuera en sus mejores años. En la zona de camerinos hay un salón llamado "Marylin" para recibir a los amigos y a la prensa. Cuando llegué al escenario Los Andariegos ya estaban ensayando. Nos abrazamos y nos marcamos una de las canciones que teníamos preparadas. Ricardo Miralles, Víctor Carbajo, Serguei Sapritchev y Mauricio Angarita, miembros del grupo que habitualmente me acompaña, ya estaban listos para dar un repaso a nuestras cosas y darle oportunidad a los técnicos de ajustar el sonido. Cuando todos los preparativos estuvieron en orden llegó la hora de la preparaciones estéticas: camerinos, camisa, traje, zapatos, algo de maquillaje para evitar brillos en las imágenes de televisión. Primera llamada, a la segunda crecen los nervios, y finalmente tercera y arriba el telón. Los Andariegos, que actúan primero, son recibidos con aplausos y comienzan su actuación: dos, tres canciones de su repertorio. Salen del escenario entre aplausos cerrados y ya llegó mi turno. Después de cuarenta años de sueñois y quimeras finalmente estaba allí listo para cantar. El maestro Miralles atacó la introducción y yo que de supersticioso tengo poco, sin embargo, me preocupé de entrar en escena con el pie derecho. Primera ovación.
Después de agradecer el recibimiento comencé a cantar "Equipaje":
"Porque sigue vigente, jugueteando en mi alma..."; después "Mi árbol y yo", grandes aplausos, "Tú", "Alma mía", "Los demás"... "Ya están conmigo, me aplauden, les gusta..." en fin, los pensamientos se me agolpan. "Como el primer día", llegan los primeros bravos. "Hasta cuándo seguiremos esperando...", y al finalizar este tema se produjo la primera "standing ovation", luego "Callejero" y ya el desborde. "Amigos, para mi estar en este escenario es como tocar el cielo con las manos, gracias por la fidelidad, para cerrar esta primera parte cantaré "El Abuelo". A medida que la canción avanzaba la emoción crecía. Con "El
Abuelo" se abrió la caja de las esencias. Telón. Segunda parte. Alberto Cortez y Los Andariegos juntos. Canciones de nuestra tierra que nunca se habían cantado en mis escenarios: "Alfonsina y el mar", "Canción del jangadero", "Los ángeles verdes" y, finalmente, la "Chacarera de las piedras".
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