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LOS DUEÑOS DEL DINERO
    Tengo la absoluta certeza de que cuando nacieron los dueños del dinero fueron, como todo el mundo, paridos por sus madres completamente desnudos, es decir, sin secretarios, ni amantes, ni chóferes graves, ni guardaespaldas, ni teléfonos móviles, ni páginas web, ni membresías en clubes exclusivos, o sea, nada de lo que más tarde se ven obligados a tener para seguir siendo los dueños del dinero. También tengo la certeza que, de niños, cuando fueron por primera vez a la iglesia, les inculcaron que el primer mandamiento de la ley de Dios es precisamente la prohibición de adorar a cualquier divinidad que no sea Dios. Lo que ya no puedo certificar es en qué momento derogaron esa regla para redactarla de otra manera más acorde a sus intereses, a saber: “obligación de adorar al dinero sobre cualquier otra divinidad”. Y, por supuesto, los otros ocho mandamientos, a saber: la prohibición de robar, la prohibición de codiciar la propiedad ajena, la prohibición de desear a la mujer del prójimo, la prohibición de levantar falsos testimonios, y así hasta el total de todos los mandatos divinos.
    Claro que para los dueños del dinero, como aquella redacción fue realizada por un cura medio loco como era San Agustín de Hipona allá por el siglo IV, no estaba del todo mal modernizar un poco las cosas de manera que sean más prácticas, precisamente para ponerlas en práctica sin ofender a Dios. Como la primera precaución fue la de modificar la redacción del primer mandamiento, todos los demás quedaron plenamente justificados, es decir, se puede desear la propiedad ajena siempre y cuando sea a través de una hipoteca; se puede revalorizar el dinero especulando hasta más allá de los límites imaginables; se puede matar si fuera necesario para proteger los primeros preceptos; se puede engañar con astucia y practicar la usura hasta sobrepasar generosamente las precisiones que los propios dueños del dinero establecen; se puede ejercer con rigor extremo la exigencia de respeto a sus sagradas reglas, permitiendo y promoviendo el adulterio para disponer de formas de coacción contra quienes se revelen. Lo de honrar al padre y a la madre, quedó reducido a la obligación a honrar solamente a la madre ya que para ellos generalmente el padre es un ser incierto. En fin, a un amplio y generoso rosario de lindezas contundentes quedaron reducidos los mandatos y normas de los dueños del dinero.
    A lo largo de su historia, una historia que viene desde el fondo de los tiempos, han ido sustituyendo por inservibles una serie de vocablos del léxico común de la gente por aquellos que resultasen más convenientes a sus intereses. Palabras como ética, moral, solidaridad, filantropía, piedad, humanidad, fueron sustituidas por otras más prácticas como corrupción, pillaje, escarnio, utilidad, beneficio, ganancias, préstamos, rapiña, especulación, lucro. Este nuevo diccionario los fue haciendo más y más poderosos.
    Un día, los dueños del dinero descubrieron que en el sur del mundo, bien al sur, había un territorio inmensamente rico, habitado por unos lugareños infantilmente inocentes que se divertían mucho en un estadio corriendo detrás de una pelota a la que daban patadas ante el entusiasmo de una multitud enfervorizada que aplaudía cada acción.
    Descubrieron también que quienes dirigían a toda aquella gente eran personas frágiles de moral, ambiciosas y predispuestas a cualquier tipo de negociación que les proporcionara dinero fácil y ser considerados como próceres y patriotas. Los dueños del dinero, entonces, astutamente les ofrecieron sustanciales ayudas económicas para civilizar a aquellos infieles, y además un sitio en la mesa de los poderosos para que se creyeran iguales.
    Un día la multitud enfervorizada salió del estadio y comprobó con rabia que mientras ellos asistían divertidos al espectáculo de ver correr y dar patadas a una pelota, sus dirigentes los engañaban adulando y haciendo reverencias a los dueños del dinero, al tiempo que éstos, insaciables, les devoraban las entrañas. Cuando la multitud descubrió el engaño, cambió el estadio por la calle y en lugar de dar patadas y correr detrás de una pelota se rindió al ejercicio de golpear cacerolas y arrojar piedras a quienes pretendían impedir el concierto. Los dueños del dinero, entonces, para protegerse, utilizaron fuerzas represoras, pero de ningún modo pudieron acallar el clamor popular que creció y creció hasta ensordecer al mundo entero. Los dueños del dinero, entonces, con la bolsa llena y dejando las arcas completamente vacías, se retiraron a sus cuarteles, abandonando a aquellos ingratos lugareños a su suerte, ya que no habían sabido apreciar las maravillosas gestiones que habían realizado en beneficio de una población de indígenas para que dejaran de serlo y pudieran integrarse algún día al civilizado mundo de los dueños del dinero.


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