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CÓMPLICES
    Mire cómo serán algunos funcionarios del estado argentino que para guardarse las espaldas y con la inconsistente excusa de mantener informado al público, nos inmiscuyen en sus manejos económicos y políticos aportándonos una preocupación complementaria a la cotidiana de la supervivencia. Esta manera de inmiscuirse provoca comentarios y opiniones en nuestra casa con nuestra esposa e hijos, con los colegas de trabajo, o en el ocio del bar o del gimnasio sobre el último crédito del FMI que vendrá a resolver de inmediato los problemas que la propia ineficacia de estos funcionarios han creado. Uno se pregunta qué
    diantres pasa con la función encomendada a estos señores de resolver nuestros problemas. ¿Es que son incapaces de asumir por sí mismos la comisión comprometida?. De ser así, ¿por qué se aferran a sus poltronas y a sus salarios y no reconocen su incapacidad renunciando?.
    ¿Por qué insisten en hacernos cómplices se sus fracasos?. Esa complicidad la ejercen con hechos consumados, sin consultas previas ni precauciones de ningún tipo que puedan eventualmente evitar estallidos sociales y repulsas populares. Nada, el recurso de la complicidad pública parece ser algo implícito y arraigado en el ánimo de la clase funcionaria. Lo más grave es que generalmente nos convierten en cómplices de sus fracasos, de su ineficacia y de sus mentiras.
    El otro día leí un ensayo comparativo de la actitud de los políticos actuales con funcionarios de otros tiempos, cuyos errores asumían pegándose un tiro en la sien. En cambio, los de ahora lo asumen pegándose una gran juerga en alguna playa de moda con la reina de la belleza de turno. Por supuesto, que en el patio político o funcionarial hay excepciones que confirman las reglas, pero los pueblos no pueden vivir sólo de excepciones. Los pueblos fuertes son fuertes porque se someten y respetan las reglas impuestas por la carta magna y por los códigos legales que rigen los destinos de todos y no se fían de las
    excepciones y además sus gobernantes son ejemplo de acatamiento y cumplimiento de esas reglas. Desde que tengo uso de razón, en mi país, Argentina, me han involucrado en cada una de las resoluciones que han tomado los gobiernos de turno, incluso aquellos que yo no tuve la opción de elegir, como es el caso de los emergentes golpes militares.
    Mi pregunta se cae de madura: ¿por qué diablos me convocan a votar un programa de gobierno si luego ese programa no se cumple y para disimular ese incumplimiento pactado en las urnas me hacen cómplice constantemente de sus decisiones?. Es lógico, pues, que legislatura tras legislatura, uno vaya perdiendo la confianza en funcionarios y políticos y termine en medio de un escepticismo colectivo que desemboca en la calle del cacerolazo y la desobediencia civil. Por fortuna, al menos yo, aún conservo arraigada la esperanza de que algún día la Argentina recuperará la seriedad perdida en este extremo, esa seriedad que iluminó la vida de próceres como Sarmiento, Mitre o
    Irigoyen. Todo esto dicho sin polemizar con juicios de valoración de políticas propias de cada tiempo. Deseo y espero que esa seriedad regrese antes que sea demasiado tarde.
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