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REMINISCENCIAS LEJANAS
    España, aquella España imperial de la que su emperador Carlos V decía, henchido de soberbia, que en sus dominios jamás se ponía el sol, aquella España aventurera, dominante, altanera, se ha convertido con el paso de los siglos en un país moderno, ágil, económicamente fuerte, cual debe ser un país que pretende figurar en el mapa de los grandes países del mundo. Y esa modernidad, agilidad y potencia la ha logrado en relativamente poco tiempo, a partir del año 76, cuando el fin de una época le permitió abandonar las cavernas y los escondites trogloditas para ponerse realmente cara al sol, no para seguir cantando el himno de un fascismo trasnochado, sino realmente cara al sol de su destino y asumir la realidad de su razón de ser como país, enfrentándose a esa realidad con todas sus consecuencias. En el 76 y en aquellas cuevas, los españoles dejaron abandonada su condición de seres aferrados a un pasado glorioso y, como hoy se dice, se pusieron las pilas y se dispusieron a reinventar España, una España de otra dimensión, una España con una enorme historia sobre sus espaldas, pero con una férrea voluntad de poner proa hacia el futuro superando los últimos cuarenta años y de alguna manera cerrar el libro de la historia haciendo borrón y cuenta nueva.
    Sin embargo han permanecido arraigadas en algunos sectores del pueblo español, muy especialmente en determinados medios de información, ciertas reminiscencias lejanas de las que no se pueden desligar aunque lo intenten, y esas reminiscencias provienen, desde el fondo de los tiempos, a través de la natural cadena cromosomática hasta manifestarse ahora mismo con cierta asiduidad. Se alardea de “lo español” con un orgullo justificado, pero a veces desmedido. Por ejemplo, los norteamericanos anunciaron que uno de los muchos prisioneros hechos en Afganistán dice tener la nacionalidad española a pesar de llamarse Reswan Andulsalam y ser declaradamente talibán. Pues los medios de comunicación han tomado el asunto como si Estados Unidos hubiera invadido las Islas Canarias. Exigen que se movilicen todos los poderes públicos para “salvar” a ese compatriota capturado en un país en guerra y considerado un terrorista y en consecuencia confinado en esas nefandas medievalescas jaulas para prisioneros que los americanos han levantado en Guantánamo a modo de modernas mazmorras para vergüenza de un pueblo que se dice civilizado y que al parecer basa su civilización en la venganza y el ajuste de cuentas más denigrante. Éste es apenas un pequeño ejemplo pero los hay a montones.
    El caso del ciudadano español José Joaquín Martínez, que fuera hallado culpable de asesinato en primer grado por un tribunal norteamericano y condenado a la pena capital. Una vez en el corredor de la muerte previo al patíbulo, la movilización de sus padres y la solidaridad del pueblo español consiguieron que se reabriera el proceso y finalmente quedara libre de culpa y cargos poniendo seriamente en duda la infalibilidad de aquellos tribunales.
    Hoy sin ir más lejos un sujeto alemán que renunció a su nacionalidad y adoptó la española, ganó una medalla de oro olímpica en los juegos de invierno de Salt Lake City. El individuo fue portada en todos los periódicos festejando con bombos y platillos que el deporte español hubiera demostrado su poderío con esta hazaña, y eso que el sujeto no se llama Juan García, Pérez o González, el hombre se llama Johann Muehlegg y nació en Baviera (la fuerza alemana al servicio español, como reza la crónica de El País del día 10 de febrero). Eso sí, en España familiarmente se le llama “Juanito Muele”. Podría citar varios ejemplos de diferente factura, pero como dice el dicho “para muestra basta un botón“. Esta afición de defender “lo español” aunque sólo lo sea por un papel, no sería malo ni criticable si esta confusión en cosas frívolas no lo fuera también en asuntos más graves.
    Cuando estalló la crisis argentina, inmediatamente todos los medios informaron ampliamente sobre el asunto resaltando especialmente las grandes pérdidas de la inversión española en aquel país, algo aparentemente para ellos mucho más importante que el padecimiento del pueblo argentino en ese momento, fuera merecido o inmerecido, pero padecimiento al fin y al cabo. Algunos medios fueron más lejos de lo tolerable y se ensañaron preocupados en mostrar escenas morbosas que para quienes nacimos allá y conocemos la realidad del país pusieron seriamente en duda la ecuanimidad de quienes informaban. Estos extremos daban a entender como que el pueblo argentino estaba metiendo la mano en el bolsillo de cada español para robarle, cuando el problema era de Telefónica o de Endesa o Repsol, empresas gigantescas que obtuvieron pingües beneficios gracias a las corruptelas de los funcionarios argentinos y que hubieran actuado de la misma manera en España si aquí se lo hubieran permitido. Hay un cierto sector de los medios informativos españoles que han “informado”, y esto dicho entre comillas, con auténtica saña morbosa, y uno se pregunta por qué y de dónde proviene esta inesperada animadversión hacia la Argentina (con calificaciones denigrantes y un muestrario de imágenes tomadas en los barrios más miserables, que sin dudas existen, pero que de ninguna manera representan lo genérico de la realidad social argentina) por parte de ese específico sector de la prensa. Las respuestas son de variante factura y conllevan un cierto riesgo el exponerlas, pues quien esto escribe no es ni mucho menos infalible en el momento de hacer conjeturas, como ninguna conjetura lo es.
    ¿Será quizás a modo de represalia por la moda de chistes de “gallegos” que acapararon el humor en aquel país durante un tiempo y que desembocó incluso en una protesta formal del gobierno español? Este extremo es demasiado pueril para tenerlo en cuenta. ¿Será algo que tenga que ver con la insolidaridad informativa o, dicho de otra manera, que la exposición de lo morboso, lo soez, lo dramático y lo paupérrimo produce mejores beneficios?
    En fin, la intención original de este narrador era la de reflexionar someramente, sin pretensiones de enmienda sobre las reminiscencias lejanas con que decoran su existencia los medios informativos españoles, y el comentario ha desembocado en ciertas actitudes que se tienen como referencia la crisis argentina.

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