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ARGENTINOS
    Entre la multitud de e-mails que pueblan mi pantalla, habitualmente procedentes de diversas partes del mundo, muchos de ellos con bromas o curiosidades humorísticas, he recibido de un amigo salvadoreño dos páginas de chistes sobre argentinos, todas ellos referidos a esa presunta soberbia que de manera crónica se ha convertido en la mitología preferida de muchos latinoamericanos. Confieso que alguno de esos chistes son realmente ingeniosos, propios para la risa fácil y sospechosa, pero que la inoportunidad circunstancial desarma su verdadero valor, hasta convertir la risa franca en mueca sardónica.
    El pueblo argentino vive en estos tiempos una situación de emergencia severa en donde la desesperanza y la incertidumbre han adquirido un protagonismo no deseado e inmensamente peligroso. Es una situación casi tan angustiosa como un estado de guerra. Incluso el Presidente Duhalde llegó a sugerir la posibilidad de una confrontación civil ante la incontenible ola de insatisfacción popular traducida en disturbios, caceroladas, inseguridad y violencia callejera interminables. En otras circunstancias me hubiera reído mucho con el e-mail de mi amigo, pero en éstas no he podido resistir a la sugerencia de responderle de manera más severa y contundente, aunque siempre guardando las formas de educación civilizada. No reproduzco aquí sus chistes para evitar tentaciones de expansión no tan saludables como las mías. Sencillamente me limito a decir que las recibidas son bromas de dudoso gusto.
    Ésta ha sido mi respuesta:

    Madrid, 8 de marzo de 2002.

    Querido Erik: He recibido tu e-mail sobre los argentinos y confieso con pena que no me ha parecido afortunado. Probablemente sea por ser este momento el más difícil de la historia que atraviesa aquel pueblo al que pertenezco pese a vivir lejos y gozando de ciertos privilegios que produce mi profesión. Tú sabes que soy un hombre con un amplio sentido del humor, humor que comienza por reírme de mi mismo, pero quizás sensibilizado extremadamente por las circunstancias que acosan a la Argentina y sus habitantes, entre los que se encuentran, pasándolo realmente mal, miembros de mi familia más próxima, entiéndase mi madre, mi único hermano y el grupo familiar que ha formado con su esposa cuyo fruto han sido dos preciosas niñas, ya adultas, sanas y guapas, además de una armada de parientes que ocupan un lugar muy especial en mi corazón. Todos sin excepción están sufriendo las consecuencias de una catástrofe social de difícil explicación y comprensión, pero catástrofe al fin, y no me parece oportuno bromear con la nacionalidad de quienes padecen esa catástrofe. Es muy probable que en un futuro muy próximo la gente tenga que revisar el concepto sobre la soberbia de los argentinos, pues la formidable paliza que nos está dando la historia seguramente tendrá como repercusión el adoptar posturas de humildad ajenas a la mitología popular tan frecuente como divulgada en todas partes. No niego que la fama de soberbios de los argentinos no sea una fama bien ganada, pero no es el momento oportuno para chapotear en ella con un humor que en estas circunstancias alcanza la estatura de ser humor de dudoso gusto. Perdona mi franqueza pero quienes creemos en la resurrección de los valores perdidos tratamos de atesorar lo realmente positivo de ese pueblo para que de alguna manera esa resurrección se produzca y que sea el comienzo de una cruzada que erradique de aquella sociedad el gigantesco cáncer de la corrupción administrativa y política que lo ha conducido al borde de un caos probablemente irreparable. Tu e-mail me ha sorprendido sobremanera por venir de quien viene, y lo digo porque en igualdad de condiciones jamás yo hubiera creído oportuno enviarte bromas sobre los salvadoreños durante vuestra dolorosa guerra civil. Suponiendo que hayas visitado mi página web y hayas leído un comentario que escribí sobre El Salvador comprenderás mejor mi postura.
    He tratado siempre de quedar al margen de las modas humorísticas que cíclicamente surgen en todos los pueblos sobre las nacionalidades, especialmente las ajenas, sencillamente porque la nacionalidad de uno no se puede escoger, es decir, no tiene remedio por mucho pasaporte con otros sellos que te den durante tu emigración.
    Espero no te moleste esta urgente reacción mía que responde más a un estado de ánimo depresivo por lo que está sucediendo que a algo estrictamente racional.
    Te abrazo con la cordialidad de siempre.
    Alberto Cortez.
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