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NUESTRO PASO POR ECUADOR
    En viaje a Buenos Aires, a nuestro paso por Ecuador, en donde desde hacía cierto tiempo se reclamaba mi presencia, se programaron dos conciertos, uno en Guayaquil y el otro en Quito. Una vez en Guayaquil nos instalamos en el hotel Hilton, en donde en uno de sus grandes salones, transformado en teatro accidental, íbamos a realizar la actuación. Nos recibió el director del establecimiento y una gentil damita llamada Susana Novoa, relaciones públicas del hotel e hija del presidente del país, Don Gustavo Novoa. Después de un par de días de ensayos, encuentros con amigos y visitas a distintos medios de comunicación, llegó el día del concierto. Con las localidades totalmente agotadas, aquello que era esperado como un auténtico acontecimiento estaba listo para comenzar.
    Antes de salir a escena me advirtieron de la presencia en la sala de la primera autoridad del país. Justo a la hora prevista se apagaron las luces y se encendió el escenario. Fernando Badía atacó con la obertura, el público me recibió con una euforia inesperada y a partir de la primera canción festejó cada una de las interpretaciones con aplausos de variada factura, acompañados a veces con expresiones de apoyo al cantor y su circunstancia.
    Es curioso cómo reaccionan los distintos públicos de América a diferencia de los europeos. En México, por ejemplo, la euforia desatada puede llegar a ser motivo de que algún exaltado espectador saque su pistola y dispare al aire algún tiro para festejar al artista. No es habitual, pero ha sucedido en alguno de mis recitales.
    He visto en alguna ocasión llenar el escenario con abrigos de pieles carísimos y joyas de todo tipo para festejar al ídolo. En España, por ejemplo, la gente tarda más en entregarse y liberar su entusiasmo, como si el público estuviera poseído de una cierta timidez o frialdad y es cuando uno desde el escenario tiene la sensación de estar rindiendo un examen en cada actuación. Es como si el público convocado no tuviera confianza en que el artista no vaya a entregar todo lo que lleva adentro para complacerle. Además, específicamente en Madrid, cuando la actuación se sale de contexto y no le gusta al respetable, la furia se desata y se multiplican las protestas de muchas formas diferentes: pataleos, gritos y hasta reyertas entre quienes están en desacuerdo y protestan airadamente y los que no. En América, en cambio, la gente confía más en el artista que ha decidido apoyar y se entrega sin condiciones. La forma de manifestar su apreciación también es diferente. Cuando en Europa el aplauso crece de a poco hasta convertirse en ovación, en América la ovación es instantánea y mucho más ruidosa. Por supuesto que esta afirmación no es una regla y existen todo tipo de excepciones que la confirman.
    En fin, en Guayaquil, la gente respondió a esta última característica y el concierto transcurrió de ovación en ovación con peticiones varias y comentarios en voz alta. Tanto en Europa como en América la gente tiene poca paciencia para esperar el desarrollo de un programa y quieren con urgencia escuchar “aquella” canción que conocen, y exaltados piden a gritos su interpretación inmediata. Esto, aparte de incentivar el orgullo por el reconocimiento de una obra, de alguna manera desestabiliza un poco al cantor, lo incomoda y, a veces, lo altera en su concentración, pero, en fin, son gajes del oficio.
    Volviendo al concierto de Guayaquil, al terminar me dispuse a recibir a las personas que querían la firma de un disco o una foto y aquello me demoró bastante, ignorando que en un salón superior del hotel el Señor Presidente me esperaba. Cuando entré, él personalmente me recibió cordialmente con un abrazo y pasó a presentarme a su numerosa familia que con él habían asistido al concierto. Después de las fotos de rigor con cada miembro de esa familia el Señor Presidente, en un aparte, me comentó que más que un político era un educador, un pedagogo de vocación que ocupó incluso la rectoría de la Universidad Católica de Quito y que durante su docencia había utilizado con harta frecuencia mis canciones y mis libros. Me invitó entonces a compartir con él un almuerzo al día siguiente en el palacio de gobierno. Partimos hacia Quito a media mañana y desde el aeropuerto nos dirigimos directamente al palacio a través del siempre intrincado tráfico de la capital. Allí nos esperaba en su despacho oficial. Luego de mostrarnos algunas dependencias del edificio, incluyendo una preciosa capilla, nos invitó a pasar a la sala de protocolo. Allí, frente al gobierno en pleno, me situó a su lado y comenzó un discurso basado en mi libro "Equipaje" cuyas páginas estaban además de subrayadas, perfectamente marcadas. Dijo que yo había sido una referencia constante en sus años de educador y un ejemplo para los jóvenes, y a medida que avanzaba en su alocución abría el libro en alguna marca y leía una frase de mis canciones, como ejemplo que refrendaba de lo que estaba diciendo, y así durante los quince o veinte minutos que duró su discurso. Finalmente su edecán le entregó una pequeña caja y un cilindro rojo forrado de terciopelo rojo y concluyó diciendo: “Por todo lo expuesto le condecoro en nombre del pueblo y gobierno ecuatorianos por su constante valiosa aportación a la cultura de nuestros pueblos americanos de habla hispana". Puso en mi solapa una estrella y me entregó el documento que acreditaba dicha mención. Yo sentí que me temblaban las piernas, pues nunca en mi dilatada carrera había recibido un homenaje semejante de un Jefe de Estado. Si bien no soy adepto a recibir honores de la clase política, a la que respeto, pero con la que prefiero no pasar de una relación estrictamente electoral, en este caso me emocioné por provenir el halago de un maestro y de un intelectual. El gobierno en pleno aplaudió efusivamente el acto y de allí pasamos al comedor, en donde compartimos como quien dice, el pan, la sal y el vino. Después, a media tarde, honrado y feliz, en un coche oficial nos trasladamos al Teatro Nacional donde por la noche debía presentar el segundo recital de mi corta estancia en Ecuador.
    A las ocho y media de la tarde dimos comienzo el espectáculo, que previa a mi presentación contaba con la actuación de una cantante ecuatoriana, cuyo nombre desafortunadamente no recuerdo. Cuando llegó mi turno salí al escenario, en donde me esperaba una auténtica catástrofe en materia de sonido. Por alguna razón que desconozco todos los parámetros sonoros se habían alterado y aquello sonaba a rayos. Capeé el temporal como pude y sufriendo lo mío llegué a completar el programa. Todos nos conformamos diciendo que aquellos eran detalles que sólo nosotros notábamos y es probable que así haya sido, a juzgar por el entusiasmo del público que festejó con aplausos interminables cada una de mis canciones. De cualquier manera, por mi manía de la perfección, aquello me dejó una espinita clavada que espero quitarme tan pronto la vida me brinde la oportunidad de volver a cantar en Quito y disfrutar de la maravillosa hospitalidad del pueblo ecuatoriano.





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