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GUAYASAMÍN
    En 1996, cuando ya prácticamente había concluido mi recuperación después del accidente cardio-vascular que sufrí a comienzos de ese mismo año, cuando ya me sentía con fuerzas como para regresar al escenario tras el ejercicio de grabar setenta canciones con Ricardo Miralles a piano y voz que se editarían en un álbum con cinco discos compactos y un libro para coleccionistas a principios del año siguiente en México por Azteca Music bajo el título “Cortez al desnudo”, recibí una llamada de mi amigo el gran pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín invitándome a participar con una importante pléyade de artistas internacionales en tres espectáculos programados en Quito con el fin de recaudar fondos y colaborar así a levantar el gran proyecto del genial artista llamado “La Capilla del Hombre”, museo pictórico imaginado por Guayasamín para narrar gráficamente la trágica historia de la América pre y post colombina.
    Esa llamada del pintor me llenó de orgullo y alegría, pues se trataba de colaborar en algo que nacía con una vocación cultural de trascendencia. Oswaldo ya me había comentado su fantástico proyecto y contagiado su entusiasmo un par de años antes con motivo de un concierto que ofrecí en Quito al que asistió el maestro. A mí siempre me ha gustado mantener los pies sobre la tierra a pesar de mis aficiones oníricas, y con los pies sobre la tierra soy consciente de ser sólo un cantor de canciones populares y un armador de versos más o menos afortunados. El recibir una invitación de alguien tan importante culturalmente como el maestro Guayasamín significó para mí un orgullo y una emoción difícil de superar. Acepté, por supuesto, y unos cuantos días después, Ricardo Miralles con las partituras bajo el brazo, y yo con un poema recién escrito como consecuencia de aquel orgullo y aquella emoción, partimos del aeropuerto de Madrid con destino a Quito respondiendo así a la convocatoria del maestro. Viajaron con nosotros Luis Eduardo Aute y Joaquín Sabina. Al llegar nos encontramos con Silvio Rodríguez venido de Cuba, con Fito Páez, Mercedes Sosa, Piero, César Isela y Víctor Heredia de Argentina, Alberto Plaza, Ángel e Isabel Parra de Chile, Milton do Nascimento de Brasil y otros colegas de México, de Colombia, de Puerto Rico y, naturalmente, cantantes y músicos ecuatorianos. Se habían programado tres conciertos en un estadio cerrado con capacidad para veinte mil personas que colmaron totalmente las instalaciones durante cada uno de los tres conciertos.
    A mí me tocó actuar en el primero y había previsto al subir al escenario frente a toda aquella multitud que leería mi poema “La Capilla del Hombre” y así lo hice. Al finalizar la lectura canté un par de mis canciones más conocidas y terminé emocionado hasta las lágrimas por aquello que era mi retorno a las tablas de las que me había visto obligado a bajar unos meses antes en Argentina. Al terminar mi actuación, y al verme salir del escenario conmovido, me recibieron tan emocionados como yo Víctor Heredia y el propio Guayasamín. Entre abrazos y felicitaciones, Guayasamín me dijo:”Hermano, te quiero pintar. Quédate en Quito que pintaré tu retrato". No podía quedarme y le prometí volver. Un par de meses después en viaje a Buenos Aires, mi esposa y yo permanecimos tres días hospedados en su casa y allí, en su luminoso estudio, posé para el maestro y el gran Guayasamín pintó mi retrato que para mi orgullo ahora está colgado en "La Capilla del Hombre”.
    Como digno colofón de aquellos conciertos, Oswaldo ofreció una gran recepción a todos los participantes en su maravillosa residencia, enclavada en pleno corazón de los Andes quiteños. Los amplios salones de la casa se llenaron de comentarios y promesas de reencuentros mientras el vino iluminaba los ojos de todos los presentes. Para evadirnos un poco del bullicio Silvio Rodríguez, Aute y yo, recorriendo la casa, de pronto nos encontramos en una pequeña sala fascinados ante una increíble “Pietat” pintada por el maestro. Ante aquella genial pintura tanto Aute, Silvio y yo no pudimos hablar de otra cosa que no fuera hablar de amor. Escribo estas líneas cuando los periódicos del mundo anuncian la inauguración solemne de “La Capilla del Hombre”, obra póstuma de uno de los artistas plásticos más grandes que ha dado América, Oswaldo Guayasamín.



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