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JACQUES BREL - POETA
    Hace unos días publiqué en esta página un comentario sugerido por un visitante de la misma coincidiendo con el 26º aniversario de la muerte de Jacques Brel. Lo que no sabe el visitante es que antes de publicarlo lo presenté a la consideración de mi compañera, tan amante del arte de Brel como yo o más aún. Después de leer mis palabras me dijo: ‘Está muy bien, pero aquí no hablas de Brel mas sí de ti y tus experiencias a modo de anécdotas, preciosas por cierto, pero no hablas del poeta salvo al final y como remate o, para decirlo en términos musicales, a modo de coda. Te sugiero que escribas un comentario sobre el poeta que tanto admiras, ese tal Brel y su obra, que tanto ha influido en ti’.
    Es verdad, la reflexión es perfecta y acepté la sugerencia sin la pretensión peregrina de escribir la historia de Jacques Brel ni hacer una análisis a fondo y minucioso ni de su poesía ni de su semántica ni, por supuesto, entrar en el intrincado mundo de las traducciones, que generalmente, por muy literales que sean, dejan mucho que desear.
    Intentaré contar someramente, hasta donde lleguen mis posibilidades o alcancen mis luces, algunas canciones y frases únicas creadas por este auténtico maestro de la metáfora, la rima, la inquietud social y, sobre todo, de la ternura.
    Una de sus primeras canciones fue “Quand on n ´a que l’amour” (“Cuando no se tiene más que el amor”). Esta canción dice entre otras cosas… cuando no se tiene más que el amor para amueblar la maravilla de vivir y cubrir de sol y luz las sombras del barrio donde se vive, cuando no se tiene más que el amor por única razón, por única canción, por único seguro de vida. Así, frase tras frase va creciendo en una simbiosis perfecta con la melodía hasta llegar a un gran final donde afirma que aunque no nos quede absolutamente nada más que el amor en nuestras manos, con él entonces en ellas, tendremos el mundo entero. El concepto es generosamente amplio en definiciones de lo que significa realmente el amor en su dimensión total.
    En “Ne me quitte pas” (‘No me abandones’) Brel retoma el tema, esta vez desnudando completamente su alma en un acto de entrega absoluta con una modestia y docilidad rayana en lo infantil y religioso; suplica, ruega tratando de evitar la partida de la persona que ama y ofrece para ello toda clase de promesas y sacrificios posibles con tal de no ser abandonado, al punto de rogar con humildad franciscana al final de la canción… déjame devenir (sic) la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro, pero no me dejes.
    En otras canciones encontramos a un Brel irónico y jocoso, por ejemplo, en “Grand-Mère” (‘La abuela’) describe un tipo de personaje ejecutivo, arribista, ladino y evidentemente frío y calculador en la figura de su abuela, en contraste con un abuelo soñador que corre detrás de la sirvienta con ofertas promiscuas tratando de convencerla, sabe Dios con qué fines, de que “el dinero no hace la felicidad” y sacando como reflexión que los pequeños ahorristas carecen del sentido del valor de las cosas. Ese abuelo que es parroquiano del bar de la esquina donde “Où claquent les billards et les chopes de bière”. El abuelo que acaricia las rosas y llora con Rimbaud y que cada domingo al final de la jornada siente remordimientos de haber engañado a la abuela por no haberse sumado a sus negocios. Por supuesto que se trata del concepto general. En resumen, en esta canción encontramos a un Brel pletórico de ironía y sentido del humor, con cadencias musicales divertidas y una interpretación ad-hoc con la temática de la obra.
    Donde Jacques Brel muestra su faceta más tierna es en canciones como “Les vieux” (‘Los viejos’), donde pinta con un pincel digno del mejor realismo el tremendo y desgarrador mundo de los viejos solitarios que sólo tienen por única la compañía del reloj que les marca las horas del tiempo que les queda de vida. Con esa mano de pintor genial va dibujando paso a paso la vida y costumbre y cómo han ido perdiendo sus cosas y el gusto de la vida y, sobre todo, la tremenda soledad en la que están inmersos aquellos seres. Expresa aquella soledad diciendo ‘Leurs pianos sont fermès, le petit chat est mort et le muscat du dimanche ne les fait plus chanter’. Los viejos son casi una obsesión en la prolífera obra de este hombre. Por ejemplo, en “La, la, la” hace una caricatura de sí mismo cuando llegue a viejo. Dice: ‘Seré insoportable salvo para mi cama y para mi negro pasado, mi perro se habrá muerto y mi barba será minable, habitaré una “cierta” Bélgica que me insultará tanto o mas que ahora cuando yo le grite “Viva la república, vivan los belgas y mierda a los flamingantes”. Vuelve al tema de los viejos en una de sus canciones más bellas “La chanson des vieux amants” (‘La canción de los viejos amantes’), una auténtica joya musical y poética en donde despliega frases como: Hemos necesitado mucho talento para llegar a ser viejos sin ser adultos. Es probable que esta canción sea una de las que a mí más me conmueva, tal vez porque al mencionar “cette chambre sans berceau”, es decir, esta habitación sin cuna, esté hablando de una pareja sin hijos, como la mía. Con un estribillo que dice: “mi amor, mi dulce, mi tierno, mi maravilloso amor, desde el alba clara hasta el fin del día te quiero, aún te quiero, sabes, te quiero”. A lo largo del texto encontramos la descripción de una vida en pareja con sus más y sus menos, expuesta de forma sencillamente magistral.
    En fin, hablar de las canciones de Brel en su totalidad sería una tarea interminable, y por ello escojo al azar algunas, tratando de contagiar mi entusiasmo al posible lector de estas líneas para que busque a Jacques Brel si ama la canción y la poesía en su dimensión mayor.
    Qué decir de “Fernand”, en donde describe el entierro de un muy querido amigo y en donde la cadencia de la música que envuelve los descivos versos dramáticos hace que cada uno de nosotros acompañemos el cortejo fúnebre por las calles todavía vacías de París en un amanecer lluvioso, en donde no hay ni siquiera un poco de viento “pour agiter mes fleurs”. Con rabia reflexiona de pronto que “Si yo fuera Dios, creo que tendría remordimientos por haberse llevado a Fernand”.
    La muerte también exhibe su presencia en la obra de Brel, especialmente en el último tramo de su vida, en donde encontramos a un Brel casi vencido por la circunstancia de una irreversible enfermedad. Mucho antes y en su plenitud creativa compone “Les dernier repas” (‘La última cena’), donde imagina como una premonición oracular cómo será su última cena antes de morir. Finalmente, en la última grabación que realizó, canta una durísima canción titulada “J’arrive” (‘Llego’), en donde habla con la muerte que le espera de forma inminente haciéndole preguntas desesperadas como: ¿por qué yo?, ¿por qué ya?, ¿por qué ahora?, casi gritándole ¡Ya voy!, rematando que a lo largo de toda su vida no hizo otra cosa que ir hacia ella.
    Jacques Brel, dramático, tierno, jocoso, siempre en guardia en defensa de la debilidad y el desamparo, acusador implacable de lo falso de la sociedad en la que le tocó vivir y con la que no estaba de acuerdo. Lo muestra en canciones como: “Ces gens-là” (‘Esa gente’) donde pinta desgarradamente las actitudes de ciertas personas sin escrúpulos que cuidan a la abuela que no deja de temblar esperando “qu’elle crève” porque es ella quien tiene el dinero que van a heredar. También de las otras personas, algunas seres grises, sin otra ambición que atravesar la vida sin hacer ruido, pasando inadvertidas, o de las indecisas e incapaces de jugarse por nada. O canciones como “Les bigotes”, donde ridiculiza el puritanismo de ciertas damas que todo lo critican, o la canción ‘Les bourgeois’ donde lo hace con los burgueses de oficio.
    Amaba profundamente su Bélgica natal y por y para su tierra escribe una serie de auténticas maravillas a modo de declaraciones de amor, canciones como “Le plat pays”, “Bruxelles”, “Mon enfance”, “Mon père disait”, “Marieke”, ésta como desagravio por haber levantado la polvareda de la crítica cuando compuso “Les Flamandes”, que en su momento fue considerada un insulto a las mujeres flamencas. En ‘Marieke’ canta incluso una parte en idioma flamenco. Tal sería su amor y su admiración por su terruño que se atreve a decir en “Mon père disait” que Londres no es más que el arrabal de Brujas perdido en el mar. Pero como sucede generalmente con los poetas en sus países de origen, Brel no fue reconocido en Bélgica todo lo que hubiera tenido que ser por “todos” sus compatriotas, quizás más por ignorancia que por otra cosa. Tuvo que morir para que se reivindicara su extraordinaria figura y su valiosísima aportación a la cultura de nuestro tiempo.
    Bélgica es un país con dos idiomas oficiales, el francés y el neerlandés o flamenco, y no todo el mundo habla ambas lenguas y en eso precisamente creo yo que radica la ignorancia antes mencionada. Brel es un poeta al nivel de Guido Gezelle y de Émile Verhaeren considerados como los padres de la poesía belga.
    Yo, personalmente, si tuviera que darle un título honorífico que definiera la importancia que ha tenido para mí y para todos aquellos que pretendemos hacer una canción inteligente y sensible, diría que Jacques Brel es el Papa, el pontífice de los cantautores y poetas populares de nuestro tiempo.


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