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¿FESTIVAL DE EUROVISIÓN O FESTIVAL DE LA GIMNASIA RÍTMICA?
    Anoche, día 21 de mayo de 2005, se emitió el 50º festival de la canción de Eurovisión desde Kiev, capital de Ucrania, país ganador de la edición anterior. Cincuenta años han transcurrido desde el primer certamen realizado en Suiza. El primer festival que yo vi, fue en Bélgica como espectador de televisión, allá por el año 61 cuando era un inmigrante recién llegado a la Europa de los asombros, y cada año desde entonces esperaba con ansiedad la emisión del siguiente.
    Por entonces, el escenario lo ocupaba una magnífica orquesta formada con tropecientos excelsos músicos que acompañaban a los participantes que defendían las composiciones con una seriedad admirable y asumiendo todos el natural riesgo que conlleva el actuar en directo. Cada país realizaba una selección minuciosa de la canción que iba a representarlo. Aquella selección se realizaba en sub-festivales locales donde eran convocados compositores e intérpretes, y el público finalmente era quien con su voto escogía la canción que representaría al país en el gran festival de Eurovisión. Con mayor o menor acierto era la gente quien determinaba la canción ganadora, supuestamente sin especulaciones, salvo las propias de editores y disqueros que no pierden la oportunidad de promociones mediáticas para sus productos, aunque aquellas no pasaban de ciertas discretas presiones a los directivos de las emisoras locales.
    Así fue como en 1968 el público con su voto escogió la canción “La, la, la” de Ramón Arcusa y Manolo de la Calva y se eligió con la anuencia de aquellos a un joven cantante emergente, Joan Manuel Serrat, para interpretar el tema. Después de las promociones habituales y los acuerdos entre directores de distintas emisoras de televisión de Europa, cuando todo estaba listo, Serrat manifestó que quería cantar la canción en catalán. Ante la negativa del ente oficial, el cantante, fiel a sus principios y a su decisión, renunció a interpretar el tema en el certamen si no lo hacía en su lengua vernácula. Aquello propició un sonado escándalo que a Serrat le costó no pocos disgustos, pues su audacia se interpretó como un auténtico sopapo al régimen franquista empeñado en ignorar las diferentes lenguas propias de la España plural. El reemplazo se realizó de urgencia y Massiel, una joven guapa y talentosa, fue convocada mientras realizaba actuaciones en México. Regresó de inmediato y en un breve espacio de tiempo preparó con los autores la canción que cantaría en el Royal Albert Hall de Londres el 6 de abril de 1968, ganando para España el primer festival.
    Fueron muchos los años en los que el festival fue un importante parámetro de la música popular, ya que a él concurrían las mejores canciones e intérpretes de cada país. Hasta que un buen o mal día, de forma progresiva y en nombre de una renovación que exigía la modernidad, el certamen fue perdiendo fuerza y ganando desprestigio. La cosa empezó por eliminar la orquesta ‘en vivo’, lo que propició un lamentable período de “playbacks”, es decir, de presentar canciones previamente grabadas con intérpretes ‘sólo de imagen’ que sin cantar mueven los labios sobre la orquesta y la voz grabadas. Para aparentar mayor veracidad con el engaño, los intérpretes fueron ‘arropados’ con bailarines y coros y supuestos solistas de algún instrumento específico. Sabemos que el cantar y bailar frenéticamente son absolutamente incompatibles con el canto, pues la agitación que provoca la danza no permite la buena respiración necesaria.
    Anoche, como digo al comenzar este comentario, se llevó a cabo el festival número 50 desde la capital de Ucrania. Casi todos los países presentaron cantantes con profusión de bailarines y músicos percusionistas, salvo un par de ellos como Malta e Israel, que presentaron opciones no tan trepidantes. Ganó Grecia con una canción con ciertas reminiscencias étnicas y con una espectacular ‘mise en scene’ muy gimnástica por parte de los bailarines y la protagonista, una hermosa sugestiva y sugerente cantante.
    En términos generales los países responsables de la organización de estos eventos y desde hace ya unos cuantos años, se preocupan más por ofrecer un espectáculo de luces, mucho glamour en escenarios gigantescos con un formidable despliegue de cámaras, luces y efectos de todo tipo, que terminan confundiendo al espectador que no termina de saber si está ante un clásico turístico espectáculo de luz y sonido, o presenciando realmente un festival de canciones, pues cualquier parecido con esto queda neutralizado por efectos visuales más propios del cine de Hollywood que de un concurso de canciones.
    Yo no sé de dónde proviene esta moda de acompañar un buen texto y una buena melodía con frenéticos bailes más gimnásticos que plásticos, salvo que lo que al fin se pretenda sea ocultar la mediocridad de esos textos y de esas melodías. La proliferación de percusiones en los arreglos musicales, baterías y tambores en primer plano proyecta una sensación de buscar insistentemente un retorno a lo tribal, incluso al árbol de donde nos bajamos alguna vez los seres humanos. Es la ausencia de canciones melodiosas con textos ya no inteligentes pero al menos coherentes y sensibles propensos a la emoción que debe proyectar cualquier tipo de creación artística, aunque más no sea como alternativa a tanto tambor y tanta danza que por lo menos provoque un cierto descanso al oído y a los ojos del espectador. De los chanchullos de las votaciones es mejor no hablar. Las trenzas entre países son de tal magnitud que forman un entramado más político que artístico y que termina por saturar la buena voluntad de los espectadores entre los que me encuentro, sin otra alternativa que apagar el televisor e ir a la cama a esperar que algún grato sueño nos ayude a desenredar tanta confusión.
    Quede como reflexión final que éste, más que un festival de canciones, ha sido un festival de gimnasia rítmica.
    Hasta aquí el comentario escrito el día después del festival.
    Como acotación al margen y confirmando lo que digo, el 24 de mayo en el diario El País de Madrid se publica que la emisión del festival de Eurovisión de este 2005 perdió sólo en España 8 millones de espectadores.
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