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SER PAMPEANO
    Ser pampeano es una constante convocatoria a la poesía. Los que hemos nacido en la llanura total de la pampa tenemos que entrecerrar los ojos para divisar el horizonte a diferencia de los serranos cuyo horizonte no pasa del cerro vecino y menos aún de los que nacen en las grandes ciudades cuyo horizonte se encuentra casi siempre en la acera de enfrente. Esta circunstancia habla de la grandeza de los papeanos.

    Ese largo perseguir el horizonte es un viaje hacia la reflexión que suele culminar en la libertad que proporcionan los grandes espacios abiertos. No hay paisaje más bello en el mundo para este cantor caminante que aquel que aparece tan pronto quedan atrás las últimas casas de la ciudad y aparece el campo y se extiende la llanura, ´ese viejo mar donde navega el silencio´, al decir de Ricardo J. Nervi y, después, a través de la ventanilla del vehículo que sea, el simple vuelo de un chimango, la arboleda comprimida de una isleta o del casco de una chacra o una estancia es un invitación constante a soñar los caminos de Antonio Machado.

    A medida que avanza la vida, uno viene haciendo caminos desde la primera huella de la infancia atravesando calles arenosas y baldíos de pastos frescos para llegar a la escuela y después de aquellas huellas primeras el sendero hacia la distancia cuya estación final es la nostalgia. De pronto la suerte estrecha las autopistas, las aerovías, los rieles y los asfaltos, volviéndolos en senderos nuevamente cuando la diosa fortuna maneja sus hilos para que la bola en la ruleta caiga en el número de los regresos.

    Es cuando el corazón y el reloj se vuelven pampa urgente necesaria para dialogar con el viento, ese viento pampero viejo arriero del cardo ruso, padre del médano tan dañino a veces, pero siempre sabio. Cuanto antes mejor, no vaya a ser que lleguemos a sestear cuando se derrumban las sombras del chañar o el algarrobo o simplemente que la siempre esperada y esquiva lluvia con su eterna fiesta inexorable de relámpagos y truenos se presente de repente y la huella se torne pantanosa al tiempo que florecen los surcos del chacarero y el piquillín colorea de rojo sus pequeños frutos para dar la bienvenida a los zorzales.

    -“Usted como argentino, debe ser de Buenos Aires, ¿no?”.
    -“Pues no, yo vengo de La Pampa larga y ancha, llanura abierta al cielo, tierra brava que pueblan unos hombres que en la noche se ponen a cantarle a las estrellas al son de acompasados guitarrones´.

    Pero, ¿cómo somos los pampeanos?. Abiertos como la tierra que nos vio nacer, abiertos y apasionados al punto de llevar la pasión hasta extremos peligrosos para la convivencia. Hay un atisbo de arrogancia en cada pampeano, arrogancia que sin dudas deriva de la inmensa llanura de la que provenimos. Al decir y sentir de los argentinos, somos tradicionalmente amigos de hacer ´gauchadas´, generosos en la entrega con los amigos y con quien se cuadre, propensos al sacrificio cuando las circunstancias lo demandan. El viajero que llega a cualquier pueblo de La Pampa generalmente se queda a disfrutar de la hospitalidad de los lugareños, integrado de inmediato a la sociedad que lo acoge con alegría.

    En fin, podría perderme en elucubraciones de todo tipo para definir la personalidad de los pampeanos citando frases de sus poetas mejores: Edgar Morisoli, Ricardo J. Nervi o el apasionado Indio Apachaca, pero la tentación de citar a Nervi es grande para concluir este escrito: ´Si Usted no conoce el sur y piensa que es el desierto, no sabe lo que es la pampa porque ignora su secreto. La pampa es un viejo mar, donde navega el silencio´.
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