La capilla del hombre
En 1996, un grupo de cantantes de Europa y América fuimos convocados por el gran pintor Oswaldo Guayasamín para realizar en Quito tres macro conciertos cuyos beneficios se dedicaría a la construcción de un gran museo pictórico denominado por el maestro "La capilla del hombre". La convocatoria fue un gran éxito. De Europa viajamos Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina y yo. Por américa Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Víctor Heredia, León Gieco, César Isela, Alberto Plaza, Isabel y Angel Parra, hijos de la inolvidable Violeta, el grupo Quilapayún, Patricia González y quizás algún otro cantor que mi frágil memoria no consigue recordar. Para leer en la primera noche de aquellos tres conciertos escribí el siguiente poema.
I
¿Y el cóndor?.
Trashumando los vientos,
térmica altura
de los sueños,
se desangra a la luz de la mañana,
majestuoso,
sideral,
bruñido
como la piel dorada de mestizo
que te habita y me convoca
al torrente de tu sangre,
rauda sangre,
viva sangre,
mixtura de infinito con misterio,
a navegar la infancia del quebracho
desde el roble
señero y transmarino.
II
Mestizo,
hermano mejor,
brazo firme,
gajo de luna,
intacto a la falaz
distracción antecedente.
Inerme a la inclemencia
del destino.
Inerme por los siglos
de los siglos a venir
a la cornisa de este
instinto de saberte
total en mi alma.
III
Mestizo
esperma, encendido
mestizo,
llaga primera.
¡Ay! mestizo,
pero mestizo entero
señor y soberano.
Bienvenido tu seas
a la “Capilla del Hombre”.
IV
¿Y las cumbres?
Sosneado,
Cotopaxi,
Chimborazo,
luz primera,
derivando
tu macizo corazón
de indio plenario
en plena claridad
hasta la ola,
espuma dominada,
que en tu playa
se sumerge a las entrañas
secretas de la vida.
V
Pese al relámpago fiero,
pertinaz,
inexorable,
magnitud de la ignominia
que hizo de tu arroyo
arteria desgarrada
y a la lava solar
de tus volcanes
polvo final
de cieno pisoteado,
permaneces
de cobre a bronce,
germinal
y perpetuo.
Indio raíz,
Señor de las estrellas.
Bienvenido tu seas
a la “Capilla del Hombre”.
VI
¿Y la mar?
La mar por todos lados.
La mar de todas partes.
La eterna
mar de gaviotas
y navíos,
de cielos incendiados,
de barbas
y naufragios.
Fue la mar camino,
inmensidad de diáspora
y encuentro inevitable
la que posó en tus manos
su ayuntamiento
de cima y caracola.
VII
Mientras que yo,
pálida tez
de arcano laberinto,
tálamo yermo
secular en gastos
esteparios,
portador de otra sombra,
otro fulgor
y otra simiente
me comparto en crisol
alternativo.
Yo provengo de allí,
te traigo el verbo,
es todo tuyo
como mío
es tu trazo magistral.
VIII
En este andar de tiempos
fronterizos,
cuestionando los vuelos
y el barro al alfarero.
Proponnos tú la vida,
la tuya con la mía y la de todos,
esencia original y desenlace.
Si tu estatura de cenit lo decreta,
¡Mariscal de los Andes!
bienvenida que sea
a la “Capilla del Hombre”.
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