En la muerte de Oswaldo Guayasamín
Ha muerto Guayasamin.
He muerto.
Me deslizo por las laderas del misterio,
soberano e implacable
hacia su centro visceral,
en el viaje mi alma se desgrana
como una mazorca madura en
cada estadio de luz
subordinada a tu pincel y tu sortilegio
Llora Quito y lloro yo
en la inmensa soledad descarnada
de tu insólita partida.
En este mi cementerio interior
donde habitan mis afectos idos
que me someten implacables
al ciprés del recuerdo
levanto mi aterido corazón
hacia las cumbres
y entre el Cotopaxi
el Chimborazo y mi tristeza
instalo tu figura
en el techo de mis mitos
rampo por ella
y me avecino al cóndor
a su cálido nido
mullido en la gruta
de la cima total.
Dónde estás con sus polluelos
pretextando el futuro
acotado a la condición
del perpetuo vuelo.
¿Qué será me pregunto
de ahora en adelante
de tu pincel mayor
huérfano de luna?
¿Qué será me pregunto
de ahora en adelante
de tu potro menor,
el de apoyar milagros
el de amasar el pan
del color y las formas?.
Frente a qué “Pietat”
podremos hablar de amor
sin rubores ni fronteras
tus escuderos de sueños y quimeras.
los del vino sano y señero
los del canto y el alba.
Ay Oswaldo. ¡Qué faena!,
se te ha dado por ser
el que no eras
y te has ido a morir
en una extraña ciudad
sin vocación de alas
ni condición de esteta.
Ha muerto Guayasamín.
He muerto.
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