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RECUERDO DE JUVENTUD
    Corría enero de 1977. Yo había grabado en RCA un disco simple con dos canciones muy cursis que me habían dado, una zamba y una milonga, y en esa época el disco había llegado a una radio de Huinca Renancó. Me invitaron para hacerme un reportaje, creo que un sábado a la tarde. Y allá fui, con mi guitarra, el entusiasmo y la ilusión de mis 23 años. Fue inmensa la cordialidad de los conductores del programa: charlamos mucho y además de pasar mi disco, durante esa hora también canté algunas canciones de Alberto Cortez, a quien ya admiraba profundamente. Y me dieron la posibilidad de expresar por qué las cantaba. Di mis razones, y me despedí de ellos con enorme agradecimiento.
    Al día siguiente, antes de regresar a Buenos Aires, la gente que me había llevado a Huinca Renancó me preguntó si apreciando tanto a Alberto Cortez ya conocía Rancul, y contesté que no. Entonces tuvieron la amabilidad de llevarme hasta allí.
    De pronto se detuvieron en una calle, estacionaron, y el hombre que conducía descendió del auto y llamó frente a una casa que tenía -creo recordar- una puerta de hierro o de alambre artístico. Se asomó una señora de pelo recogido y anteojos, y después de unos instantes el dueño del automóvil me hizo señas para que me acercara. “Bueno, Daniel -me dijo- esta señora es la mamá de Alberto Cortez”. Yo no estaba seguro de que lo que estaba viviendo fuera cierto. La señora nos hizo pasar, y me sorprendieron su dulzura y amabilidad. “¿Así que a usted le gustan las canciones de Alberto? Mire, casualmente, ayer a la tarde tuve una alegría muy grande, porque en la radio de Huinca Renancó había un muchacho de Buenos Aires que estaba presentando su primer disco y cantó algunas canciones de Alberto. Habló tan bien de él y con tanto cariño, que si hubiera podido hubiera ido hasta allí para conocerlo”...
    En la medida en que la emoción me lo permitió, le dije que el muchacho de la radio era yo. Y Ella, con esa cordialidad única de la gente del interior, me abrazó, me señaló el lugar donde había estado el Árbol amado, y me mostró el ejemplar de Equipaje que Alberto le había traído desde México. Me dijo que había que celebrar ese encuentro y que para hacerlo iba a tener el atrevimiento de darme la dirección de su hijo en Madrid, para que le escribiera.
    Jamás olvidé ni olvidaré ese día, uno de los más felices de mi vida, ni a esa hermosa mamá, a quien tiempo después volví a ver en alguno de los recitales de Alberto, creo que en el Teatro Coliseo de Buenos Aires.
    Entonces, apenas después, escribí:

    Pisar la tierra pampeana
    y preguntar por tu casa…
    Y charlarte con tu Madre,
    y buscar el viejo Árbol
    y conocer tu Equipaje…
    Hablar ni poco con Ella
    de Goyo, ni demasiado,
    como para hacer vivencia
    y no cantar por cantarlo…
    Ahora yo busco mi rosa,
    mi destino voy andando,
    andar por andar cantando
    con el color de tus cosas:
    de tu perro, de tu vino,
    tus cigarras, tus andenes,
    llevar tu Feria en mil trenes
    y decirle a todo el mundo
    que se venden tus enseres
    pero que la paga es fuerte:
    un aplauso y todos mudos
    escuchando tus poemas;
    otro aplauso y nuevamente
    las expresiones serenas…
    Y a atender, que desde España
    nos llega el fruto de un hombre:
    sí, es Cortez, nadie se asombre
    porque ya es tarde y su entraña
    se arraigó en otros caminos
    que ya son suyos, ganados
    con su sudor, arte y tino,
    y algunos años volados…
    Pero si la culpa es nuestra
    por no haberlo retenido,
    él volverá, cuando vuelva,
    pero será como el viento,
    que ni llegó y ya se ha ido…
    Habría de estarme contento
    si alguna vez conociera
    al dueño de tal talento…
    pudiera ser que pudiera…

    A treinta años de aquella tarde, vuelve a embargarme la emoción, y en homenaje al gesto de generosidad de la Señora Ana, comparto con quien quiera leerlo este recuerdo de mi juventud.
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