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DUETO ´CALLEJERO´ por Daniel Gutiérres (Buenos Aires-ARGENTINA)
    Corría enero de 2003, y fui con un grupo de amigos a veranear a Mar del Plata. Durante el año anterior había asistido al espectáculo “En un Rincón del Alma” en dos oportunidades, y sabía que durante ese verano lo estaban presentando en la Ciudad Feliz. Me faltaba averiguar en qué teatro, para ver al “hombre de negro” por tercera vez.
    El primer día, nublado y frío, no estaba para playa, y fui en mi auto hacia la zona de la calle Alem. En medio del tránsito abarrotado, pasé por la esquina del Hotel Sheraton, y vi de costado un grupo de gente que rodeaba a una persona. Divisé la marquesina de los espectáculos del hotel, y allí decía “En un rincón del Alma”. Al avanzar con los demás vehículos vi en el centro del grupo a un gigante, y me di cuenta de que era… él.
    Cuando llegué a la esquina ya la gente se había dispersado, y Alberto Cortez, acompañado por una persona, se iba caminando en dirección contraria a la mía. Me desvié, bajé del auto, y confiando en mi habitual verborragia me acerqué. Cuando lo tuve enfrente le estiré mi diestra, él hizo lo mismo, y me quedé mudo. Luego de “sacudirnos” varios segundos las manos, yo sin soltarlo le dije: “Sos un fenómeno… no sabés lo que siento en este momento”, y volví a quedarme sin palabras.
    Él me decía –con esa vocecita que Dios le dio- :“gracias querido, muchas gracias…”, y yo seguía sacudiendo su mano. No quería irme, quería quedarme todo el día así, mirándolo como un niño, pese a los treinta y seis años que tenía en ese momento. Se me ocurrió pedirle, por haber visto ya dos veces el concierto, que al cantar “Cuando un amigo se va” en compañía de Estela Raval, no dejara de hacer sin micrófono los últimos versos. Y me retiré.
    Cuando subí al auto no sabía hacia dónde ir. Al ponerlo en marcha se encendió el stéreo, y siguió sonando el CD con la canción que se había interrumpido al detenerlo. Mientras subía el volumen de “Como la marea” volví a alcanzarlo, para que comprobara que no era un admirador cualquiera. Me acerqué a la vereda y le hice señas para que se acercara al auto. Él escuchaba, con las manos apoyadas en el marco de la ventanilla; yo canturreaba… y él comenzó a tararear…
    Hoy me doy cuenta de que todo este relato no duró más de tres minutos, pero para mí fueron y son horas. Cuando me di cuenta de que había hecho un “dúo” con mí más admirado cantautor, me bajé corriendo, volví a apretarle fuerte la mano y le dije: “ya me puedo morir contento”. Él sonrió… y se fue.
    A los pocos días fui al Sheraton, y estando en la primera fila del primer recital de la temporada en Mar del Plata, Alberto Cortez bajó el micrófono al cantar “Cuando un amigo se va”. No sé por qué lo hizo, pero yo siempre cuento que lo hizo por mí.
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